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El impacto de la DANA en la salud mental de los trabajadores

Y después de la DANA ¿qué?

Cuando la tragedia se debe a la naturaleza

La inundación de la DANA es un fenómeno producido por la naturaleza que, aunque conocido de sobra en la zona levantina, no ha contado con las medidas preventivas necesarias. Los mayores aún recuerdan la riada de 1957 que vivieron entre la pena y el sentimiento solidario de sus vecinos. Para ellos, volver a vivir una experiencia similar es reabrir situaciones muy dolorosas, tal vez nunca cerradas.

Efectos de la tragedia

  1. La pérdida de las vidas: absolutamente lamentable. Nos unimos al dolor de los familiares y amigos de las víctimas mortales.
  2. Los efectos en el entorno vital: destrucción de las propiedades, pérdida de los recursos habituales para vivir.
  3. Impacto psicológico ante la catástrofe: Pasado el momento del shock, hay una evolución predecible de cómo se va a asimilar semejante pérdida. Ahora estamos en la fase de cohesión comunitaria, pero después es esperable una fase de desilusión de hondo calado psicológico, que se va a ver agravado por las circunstancias con que están siendo ayudados. Cuando el origen de una desgracia similar es achacable a la naturaleza, la reacción de indefensión es un tanto asumible, sin embargo, cuando la indefensión se debe a la mala actuación humana, el efecto es mucho más dramático, al dolor se suma la indignación, la sensación de injusticia. La fase de reconstrucción va a tardar porque a la pérdida, el duelo, la falta de ayuda ahora y la falta de ayuda posterior que se anticipa va a arrastrar a las víctimas a una fase profunda y prolongada de trauma antes de poder rehacerse.
  4. Duelo colectivo: que dejará profundas heridas en la colectividad y una profunda indignación, solo moderada por el apoyo solidario.
  5. Dolor agravado. Lamentablemente la falta de la respuesta esperable, correcta y obligada de las estructuras administrativas que no ha hecho más que llenar de indignación, ira y agravar la tristeza, incrementa el sufrimiento y arrastra a las víctimas directas a una situación de indefensión terrible.

Evolución psicológica

Ante una situación tan trágica como esta, suele desplegarse una curva de respuesta psicológica que explica cómo las personas solemos reaccionar.

FASE DE IMPACTO. Algunos comentan cómo no daban crédito a lo que estaba pasando o no entendían lo que ocurría. En ese momento tenemos que conceptualizar lo que está ocurriendo, dar significado y explicación y no es fácil dado que entramos en shock, un bloqueo mental que nos impide reaccionar. Entran en juego mecanismos de defensa como la racionalización o la negación: “si hubiera peligro habrían avisado”, “no puede estar pasando”, “es una pesadilla”. Muchos aún siguen en esta fase.

FASE HERÓICA. Empezamos a afrontar. Los que tenemos algo de formación en situaciones de emergencia (algo que debería tener toda la población para automatizar las respuestas) sabemos que inmediatamente hay que adoptar el principio PAS (Protegerse, Alertar, Socorrer). En sólo unos breves minutos hay que reaccionar y la fuerza de la supervivencia nos lleva a actuar, salir del coche, buscar un lugar seguro o buscar cómo socorrer a un conciudadano.

FASE DE COHESIÓN COMUNITARIA. Es el mejor ejemplo de nuestra naturaleza, de lo que nos hace miembros de la humanidad, ayudar a otra persona es una conducta prosocial que protege la vida del otro y cohesiona a las comunidades. Las personas que han participado, nunca olvidarán y evocarán entre lágrimas conmocionadas el dolor compartido con tantas personas. Lo digo con la experiencia de evocar aún con intensa emoción mi papel como psicólogo voluntario del 11 M. No se puede más que aplaudir y honrar el ejemplo histórico de las mareas de voluntarios ayudando de forma inmediata y poco se puede decir de la falta de ayuda de quienes tenían la obligación de proteger y socorrer.

FASE DE DESILUSIÓN. Cuando se acabe de eliminar el barro y los vecinos de estas localidades de Valencia arrasadas se encuentre con sus casas vacías, sus calles desiertas, sus lugares de trabajo destrozados, el entorno se les hará vacío y desconcertante, será hostil. En esta fase la adrenalina que propicia la acción decae y empezarán a surgir sentimientos profundos y muy dolorosos. La ansiedad y la depresión se generalizará, pero también la ira y los sentimientos de injusticia. Serán muchas las personas que tengan dificultades para superarlo. Y el estrés post traumático estará muy presente de forma prolongada, especialmente en aquellas personas que han perdido familiares, que no ven cómo reorganizar su vida o que se sienten incapaces de afrontar tanto dolor y pérdida. La atención psicológica será clave en estos momentos.

FASE DE RECONSTRUCCIÓN. Sí, el ser humano termina saliendo de las situaciones traumáticas como estas, con el tiempo, con las rutinas diarias, pero, sobre todo, con el apoyo social. Pero, no sale igual. La población de Valencia, guardará, una vez más en su inconsciente colectivo el drama vivido. Es importante que lejos de aceptar estas situaciones como algo inevitable e incorporen en su identidad una reacción colectiva de indefensión aprendida, existan líderes capaces de tomar acción y dar la esperanza de una realidad mejor a partir de ahora, tomando las medidas necesarias para su futura protección.

Esta curva de respuesta ante las catástrofes no sólo es aplicable a las víctimas directas, sino que muchas personas capaces de conectar empáticamente, en mayor o menor medida se van a ver afectadas por este shock psicológico siguiendo con mayor o menor intensidad las diferentes fases, algunas veces sobrepuestas.

La atención tiene que responder a la prioridad de necesidades y, aunque en estos momentos se prima la supervivencia física y la reconstrucción de los hábitats, después, el factor psicológico será esencial para afrontar el trauma vivido. De momento, a quince días de la catástrofe, sólo cabe escuchar y acompañar porque aún no hay lugar para procesar lo que están viviendo. Las víctimas irán adentrándose en el duelo que se puede prolongar durante años y en algunos casos complicar con experiencias previas. Una pérdida tan abrupta hace más difícil aún afrontar la realidad y el duelo. Habrá períodos de conmoción, incertidumbre, negación, disociación. No se puede forzar a nadie a reaccionar de una forma determinada.

Hay que diferenciar, además, la afectación diferente para prestar la atención psicológica según el impacto que han recibido. No todos los afectados están experimentando lo mismo ni de la misma forma ni intensidad. Su nivel de afectación, sus recursos psicológicos, su experiencia, el apoyo social que están recibiendo es clave en este afrontamiento.

El proceso será largo y necesitarán mucho apoyo para superarlo.

El Colegio de la psicología de Valencia ya está preparado para intervenir ofreciendo la atención psicológica a las víctimas.

https://www.infocop.es/plan-de-accion-del-copcv-frente-a-la-dana-con-apoyo-del-cop/

¿Y ahora qué?, ¿cómo vivo yo con esto?

vela
¿Cómo salir adelante tras un accidente como el de Santiago de Compostela?
Después del terrible accidente del tren en Galicia las familias se irán acostumbrando a la pérdida; los participantes en el rescate y atención a los heridos tendrán grabados en sus cuerpos para siempre la experiencia; los espectadores seguiremos recordando el sobrecogimiento y la congoja de compartir su dolor y tal vez evocaremos situaciones similares que hemos vivido anteriormente. Poco a poco iremos digiriendo la situación, iremos sobreponiéndonos a ella. Muchos llevaremos para siempre en el cuerpo el shock de la noticia que se activará ante sucesos similares. Algunos de los más allegados y de los heroicos vecinos de Angrois les costará mucho, incluso muchísimo. Habrá alguien que no pueda fácilmente con ello.

¿Qué emociones aparecen en estos trágicos momentos?

Cuando ocurre una tragedia como ésta, que no esperamos, para la que no estamos preparados, todos los que nos hemos sentido afectados pasamos por un “proceso de duelo”, un proceso de asimilación de lo que ha ocurrido, en los casos de allegados, de intensidad y duración mayor y de más calado cuanto más cercano era el familiar; en el caso de los espectadores, mucho más liviano. Es un proceso multidimensional psicológico, fisiológico y social de tal magnitud que puede llevarnos a replantearnos nuestra filosofía y estilo de vida, modificar nuestro pensamiento, nuestras emociones y nuestra conducta. Poco se ha dicho, casi diríamos que se ha evitado recordar el atentado en los trenes de Madrid, pero los que lo sufrieron directamente habrán revivido su duelo, al igual que los que participamos en la ayuda a los afectados no hemos podido evitar revivir el inmenso dolor que compartimos con las familias, para siempre grabado en nuestras vidas. Hechos como éstos en los que el dolor es compartido por una numerosa comunidad dejan una huella en el sentir colectivo y supone una fuerza superior que ayuda a los afectados a superar lo ocurrido.

Hechos como éstos en los que el dolor es compartido por una numerosa comunidad dejan una huella en el sentir colectivo
La vida ya no será igual para ninguno de los implicados directamente en el accidente y cuanta más atención reciban mejor podrán reestructurar sus vidas. El trabajo de los psicólogos será esencial para favorecer la evolución natural del proceso de duelo y también el apoyo social en general que reciban los afectados y que tiene que ser específico en cada etapa para atender la emoción que en ella impera.

¿Cuáles son estas fases y cómo actuar en cada una de ellas?

Fase 1: Sorpresa / ‘Shock’ / Negación

Cuando conocemos la noticia entramos en un estado de desorientación, desconcierto y embotamiento donde la emoción predominante es la sorpresa. Una emoción que nos descoloca de carácter predominantemente físico. En un acto de defensa ante el dolor negamos lo que ocurre porque no lo podemos aceptar. Se caracteriza por conductas automáticas, improvisadas. No podemos pensar, sólo sentir el dolor. La grabación de un vecino de los primeros momentos con su voz entrecortada y agónica, de incredulidad y negación muestra bien este estupor en sus expresiones de desolación. Viendo las primeras grabaciones, por unos momentos parecía que lo estábamos soñando, que no era real.
El contacto físico es fundamental, con él sujetamos a la persona para que no caiga en el vacío, para que se sienta amarrado a la vida

Otras personas se quedan paralizadas. Veíamos a alguna persona en la vía, inmóvil, como si no estuviera en ese lugar. Otros actúan en automático, como si fuera una situación habitual, resolviendo, tomando decisiones, actuando en cooperación espontánea, improvisando recursos y soluciones. Ahí veíamos a los vecinos de Angrois rompiendo ventanas, entrando por agujeros, tapando con las mantas de sus casas los cuerpos mostrando su respeto y dignidad hacia ellos. No nos equivoquemos, sus acciones pro-activas que consideramos heroicas no les librarán del proceso de duelo. Simplemente han manifestado su solidaridad en su actuar y ayudar, y se verán más reconfortados a la hora de pasar por el proceso. En esta fase las personas asumimos la información de lo ocurrido y su duración puede variar de horas a días, y al final de ella hay una aceptación parcial que da paso a la siguiente fase. El reto de esta fase es aceptar la pérdida, la vida se ha perdido, la seguridad se ha truncado, la persona querida se ha ido.

¿Cómo podemos ayudar en esta fase? Es el momento de abrazar, de sostener, de apoyar a los heridos, a los familiares, a los participantes en el salvamento y atención, a los espectadores, a todos los que necesitan asimilar lo ocurrido, algunos de ellos personas que en la distancia han conectado con una pérdida personal en circunstancias similares. El contacto físico es fundamental, con él sujetamos a la persona para que no caiga en el vacío, para que se sienta amarrado a la vida, arropado por otras personas. La energía de este contacto físico tranquiliza, reconforta, sostiene.

Fase 2: Ira

La negación da paso a la ira, surgen todos los ¿por qué? El pensamiento adquiere predominancia sobre la emoción física de la fase anterior. Hay que buscar culpables contra los que dirigir la ira. Es una fase muy difícil de afrontar por los familiares y los implicados directamente. La energía por un tiempo paralizada en el shock se expresa más o menos abiertamente en conductas agresivas en todas direcciones. “Todo está mal”, “todo se ha gestionado mal”, “todo es criticable”, “¡tiene que haber culpables!”. Surge el enfado con uno mismo por no haber hecho algo que lo impidiera, la ira hacia los que consideramos responsables del accidente, los sentimientos de culpabilidad, de injusticia, de desamparo. Podemos sentir que nuestra seguridad y autoestima en nosotros mismos disminuye. El impacto fisiológico también será importante en los afectados directamente: insomnio, sueño no reparador, pesadillas, menos memoria, menos capacidad de concentración, menos apetito, menos capacidad para apreciar las actividades cotidianas. Al igual que la otra fase su duración puede variar de horas a meses.

La energía por un tiempo paralizada en el ‘shock’ se expresa más o menos abiertamente en conductas agresivas en todas direcciones

La respuesta adecuada es no implicarse personalmente en esta ira, lo que incrementaría y prolongaría la agresividad de todos, sino todo lo contrario, contener, templar, dosificar, ir abriendo poco a poco camino a nuevas emociones. En este caso se ha podido ver una pauta clara de dosificación y cautela en los medios informativos que han ido ayudando a digerir esta ira, no así en las tertulias de personas que sin preparación alguna en estos temas emiten juicios ideológicos buscando su propio beneficio. También es cierto que se han visto numerosas y brevísimas intervenciones de psicólogos dando pautas sobre cómo actuar en estos momentos. En situaciones como éstas necesitamos especialmente las recomendaciones e intervenciones de los especialistas para saber más sobre cómo actuar, sobre cómo ayudar a vivir la situación para facilitar el bienestar común y no actuar desde nuestros prejuicios y ocurrencias.

Fase 3: Tristeza

La ira va dando paso a la tristeza, tomamos consciencia de que nos falta nuestro ser querido, de que hemos perdido la seguridad y confianza en el día a día, de que la vida puede truncarse sin más. Es habitual que en esta emoción, las personas se debiliten, se empequeñezcan, adelgacen incluso, se retraigan hacia sí mismas y lloren su pérdida. Los sentimientos habituales son apatía, desinterés, abandono e incluso querer cambiar el estilo de vida habitual. Con esta emoción reintegramos la información y nos preparamos para afrontar un nuevo escenario que ya nunca será igual.
Un período que también puede durar desde días a meses. El duelo oficial en este caso aúna el sentir de toda la comunidad y supone una fuerza social que facilita vivir estos momentos.
Los ritos de entierro o cremación y funeral facilitan la toma de conciencia de la separación entre los vivos y los muertos. Cuando el cuerpo no se encuentra hay una mayor dificultad en procesar esta separación, de alguna forma es como si no hubiera pruebas reales de ello.

Cada persona necesita un tiempo diferente para recomponerse ante el nuevo escenario dependiendo mucho del vínculo con la persona perdida

No es el momento de animar, ni de sugerir actividades positivas, ni de decirle que no esté triste. No es el momento. Una excesiva intervención o un querer sacar a la persona de esta emoción no harán más que interferir en su tiempo de duelo y generar una discrepancia entre la persona y su entorno por el que no se verá reconfortado. Cada persona necesita un tiempo diferente para recomponerse ante el nuevo escenario dependiendo mucho del vínculo con la persona perdida, de la brusquedad de la pérdida que lo agudiza, como es este caso, y con mucha fuerza del soporte social. El reto es experimentar la tristeza y no bloquearla, dejar salir el dolor de la pérdida. Oyendo en los siguientes días a los habitantes de la zona sentíamos con ellos su intensa pena, nos contagiábamos de sus lágrimas y desconsuelo. Se nos hacía un nudo en la garganta al verlos.

Muchas personas seguirán “sintiendo la presencia” de su familiar fallecido, especialmente en momentos de somnolencia y muchas también querrán cambios radicales en su vida, bien en su casa, en su entorno, en su trabajo, en sus relaciones. No es de extrañar, su escenario de vida se ha desintegrado y necesitan construir uno nuevo.
Es el momento de escuchar al doliente no sólo en su comunicación verbal, también la no verbal, acariciando su mano, poniendo una mano en su hombro o permaneciendo en silencio a su lado. Si se abre espacio para que exprese su dolor le será más fácil salir de esta fase y pasar a la de aceptación y reintegración.

Fase 4: Aceptación

Es una fase de reorganización. Poco a poco se va afrontando la nueva situación y nos reorganizamos ante ella. El dolor no ha desaparecido pero empieza a sentirse de otra manera, más sorda, más lejana. Empieza a sentirse poco a poco una cierta paz interior, nos vamos haciendo a la idea de la pérdida y comienzan a aparecer sentimientos de cariño y pena, en vez de dolor agudo.

El vacío que deja un ser querido perdido bruscamente es especialmente irremplazable y requerirá tiempo y esfuerzo.
Las fases anteriores se revivirán una y otra vez en secuencias cada vez más cortas, y cada vez se irán aceptando con mayor tranquilidad.

La vida no será igual, el vacío que deja un ser querido perdido bruscamente es especialmente irremplazable y requerirá tiempo, esfuerzo y acompañamiento la reconstrucción de nuestro espacio vital, eso sí, con un significado diferente.
El reto será adaptarse a una vida sin nuestro ser querido. Esto supone prescindir de nuestras expectativas sobre esta persona, su apoyo y presencia. Un punto de inflexión es cuando somos capaces de mirar al pasado y recordar a la persona y la vida compartida sin un intenso dolor.

Ya no hay tanta necesidad de hablar de la pérdida. Es el momento de apoyar a los dolientes, de hablar de otras cosas, de lo cotidiano, de lo habitual. La vida, con su ritmo, se va imponiendo.

Fase 5: Esperanza

Nunca se olvidará la pérdida, pero empiezan a verse otras posibilidades en la vida. Nos sentimos abiertos a nuevos estímulos y se comienza a mirar hacia el futuro abriendo espacio a nuevas relaciones, a nuevos vínculos.
Reelaboramos lo ocurrido intentando darle un sentido y confiamos que la vida nos puede traer algo más. Buscar una misión que dé sentido a la vida es un gran estímulo.

Todos los que hemos seguido este terrible accidente pasamos por el proceso en alguna medida, y especialmente los que hemos vivido situaciones similares, todos necesitamos reintegrar también los hechos, la fragilidad de la vida y la fuerza del destino.

Aquí aparece la increíble capacidad humana de la resiliencia para superar las situaciones difíciles y el dolor emocional, e incluso salir fortalecidos de ellas. Desde la psicología positiva comprendemos mejor la naturaleza del ser humano tendente a la superación y al futuro. Las personas contamos con sólidos recursos para afrontar hechos como éstos y encontrar la fuerza para seguir viviendo que adquiere más valor cuando nos sentimos arropados por los demás. Como sociedad nuestro interés no sólo tiene que estar en poner los medios para que no ocurran accidentes similares. sino en facilitar que sus miembros puedan recorrer su proceso de duelo con el apoyo necesario en cada momento.

Publicado en El Confidencial el 3 de agosto del 2013
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-08-03/como-salir-adelante-tras-un-accidente-como-el-de-santiago-de-compostela_14764/