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CONFIANZA EN UNO MISMO

espejo De cómo una persona puede ganar confianza en sí misma y alcanzar sus propósitos: Un caso de coaching

Mario, 39 años, casado, ingeniero, lleva 10 años en una multinacional de distribución del sector químico en la que entró en el área comercial. Desde hace un año es el Director Comercial de la principal línea de productos de la empresa. No se siente muy cómodo dirigiendo a su equipo de 5 personas; se lleva bien con todos sus compañeros salvo con un colega Director también de área con quien tiene encontronazos frecuentemente.

Dentro del programa de desarrollo de la excelencia ejecutiva que está implementando la compañía, se realiza una evaluación 360 a todos los directivos. A la vista de los resultados y de conversaciones previas entre la Dirección General y Mario, la empresa le ofrece como parte de su plan de carrera un proceso de coaching que le permita mejorar sus competencias de liderazgo.

De la reunión tripartita entre RRHH, Dirección General y Mario se establece como objetivo general del proceso el desarrollo de las áreas de mejoras identificadas en el 360º, en concreto el desarrollo de su capacidad de comunicación, escucha, empatía y comprensión de los demás con el fin de que le permita facilitar una mayor motivación y el desarrollo profesional de los miembros de su equipo. Este objetivo general se concreta en tres ítems de la valoración que se consideran fundamentales para su liderazgo:

1. Escuchar a los demás
2. Pensar creativamente: buscar la mejora
3. Cultivar los talentos individuales: motivar con éxito

Se acuerdan los objetivos. Aún así Mario pregunta si puede modificar en alguna medida o “personalizar” más bien sus objetivos en función de lo que realmente le interesa; se muestra expectante ante el proceso.

Iniciamos el proceso evaluando con una “Escala de desarrollo” su situación ante estos objetivos tanto cognitiva, emocional como conductualmente. El dónde estoy con respecto a sus objetivos queda desglosado en estas tres categorías de información. A través de su lenguaje, los sentimientos que tiene y lo que puede hacer con cómo se siente ante estos objetivos, Mario toma consciencia de que, en realidad, no se siente capaz de afrontar el liderazgo cómodamente.

El espacio de confianza y confidencialidad impacta a Mario quien encuentra un lugar para reflexionar y poner foco desde la tranquilidad del acompañamiento del coach.

“Pero qué cosas digo, nunca he hablado de esto con nadie, ni siquiera me he permitido pensarlo yo mucho”

Poco a poco sale el por qué no se siente capaz: no confía en sí mismo lo suficiente como para afrontar este reto. A él lo que se le da bien es controlar las ventas, pero no dirigir personas.

“En el fondo, la realidad es que no sé si voy a ser capaz de hacerlo”

Un ejercicio importante es realizar su “Listado de logros”. A través de él, Mario toma consciencia de sus logros más importantes y los puntos en común de cada uno de ellos: su tenacidad, su capacidad de aprendizaje, su apertura al reto y la novedad, su foco en el resultado.

“Y estos puntos en común que te hacen tener éxito, ¿cómo se relacionan con los objetivos que estamos trabajando?”
“Uff, no me los había planteado como un reto, sino como una tarea inalcanzable para mí, como que no iban conmigo… a lo mejor es eso”.
“¿Y…?”

Largos silencios, tiempo para procesar, Mario está relacionando de forma nueva las ideas, los planteamientos, sus opciones.

En cada sesión la “Barra de progreso” de sus escalas de desarrollo mejoran, se va viendo capaz y comprometido de alcanzar un resultado excelente en sus objetivos, pero aún tiene grandes dudas sobre sí mismo y hasta dónde puede llegar su capacidad de liderazgo. ¡¡¡Ya salió!!! En el fondo, muy en el fondo, aspira al puesto de Director General de una zona, “Country Manager”, pero no sabe cómo liderar a todo el equipo nacional y cómo ser realmente persuasivo en sus comunicaciones y negociaciones.

Así que lo que le frena son sus dudas sobre su capacidad de conseguir lo que realmente quiere, que es la Dirección General, no sus dudas sobre cómo liderar a su equipo actual. Una vez clarificada la visión o aspiración más íntima de Mario, el proceso gira ligeramente, ya no se ciñe a la casuística de cómo escuchar a su equipo mejor, o cómo delegar en sus colaboradores mostrando confianza en ellos y en su capacidad de resolver por sí mismos sus tareas, objetivos en los que está trabajando entre sesiones y consiguiendo resultados nuevos y para él inesperados que no dejan de sorprenderle.

El reto ahora es ser más capaz, más potente y persuasivo, mostrar una mayor confianza en sí mismo y ser percibido como un líder capaz de llevar a la empresa a nuevos horizontes.

Trabajamos ahora en las sesiones con ejercicios, análisis de casos y ensayos de conductas su capacidad para realizar “conversaciones generativas”.

“¿Pero cómo voy a dirigir si no digo lo que está mal?”
“¿Qué es lo que quieres, dirigir o liderar?”
“Sí claro, liderar que es mover a las personas, que dirigir las tareas ya lo sé”
“¿Cómo crees tú que puedes liderar sin decir lo que está mal?”
“Hombre, liderar, es impulsar…, pero si no digo lo que hacen mal…”
“¿Qué otra cosa puedes hacer para impulsar”
“Eso, ¿qué puedo hacer?”
“Piensa en cómo enseñaste a andar a tus hijos”
“Animándoles… atrayéndoles… apoyándoles…”
“¿Y…?”

Mario aprende a comunicarse desde una perspectiva diferente: valorando siempre el esfuerzo, el resultado por pequeño que sea, mostrando las posibilidades, abriendo líneas de acción, preguntando a sus interlocutores por sus puntos de vista, recapitulando las diferentes interpretaciones. Esto es nuevo para él, su costumbre, como el de muchos managers es dar un feedback negativo sólo, es decir, señalar lo que está mal o lo que falta y no fijarse en lo que sí está hecho y en lo que ya se ha conseguido.

Esta es una cuestión habitual en el trabajo con directivos. La costumbre es dar un feedback negativo y sólo eso. El liderazgo implica tener un rango de conductas más amplio y pensar en positivo, en las posibilidades, por lo tanto, hablar con su equipo señalando y valorando los avances, es algo que en psicología se conoce como “refuerzo positivo”. Éste es el refuerzo que genera conducta, el que permite la innovación y la creatividad, incrementa la confianza y la seguridad. El refuerzo negativo sólo suprime conductas y se vincula más al miedo, la rabia y la tristeza, emociones negativas que provocan respuestas defensiva de ataque, huida o parálisis.

Hasta ahora la satisfacción de Mario con los logros que consigue con el proceso de coaching es enorme y sigue en aumento. El siguiente paso que se plantea es mejorar su capacidad de relación y negociación aún con personas con las que no sintoniza. En su visión a tres años, está aplicar a una Dirección General y las habilidades de persuasión y negociación son cruciales para ello.

“¿Qué haces bien para persuadir?
“Fijo muy bien el objetivo que quiero y le hago ver al otro que es bueno para él”
“¿Qué es lo que te falta?”
“Confianza”
“¿Quieres decir fe en que lo vas a conseguir?”
“…creo que sí, me gustaría tener la certeza de que lo voy a conseguir, si”
“¿Y qué pasa si no lo consigues?”
“…ummm, si, esto es algo que tengo que asumir, claro.”
“¿Para qué?”
“Pues creo que me dará tranquilidad y me permitirá estar más seguro”
“¿Y cómo lo vas a hacer?”

La capacidad de reflexión, autoexploración y trasparencia de Mario han ido en aumento, se ha vuelto rápido en los análisis, maximizando sus ya importantes competencias de orientación a resultado, capacidad analítica y deductiva.

Termina el proceso con la “barra de progreso” al 100%. ¡¡Todo un éxito!! Mario lo describe como un intenso aprendizaje que le ha abierto nuevas posibilidades de acción, percepción y pensamiento y, por lo tanto de eficiencia. Su capacidad para las relaciones personales ha mejorado notablemente. Al sentirse capaz, puede mantener de manera más efectiva unas relaciones “más frescas”, basadas en la aceptación y valoración a los otros.

En la sesión tripartita final, el Director General y el Director de RRHH señalan los importantes cambios de estilo que han visto claramente en Mario.

Mario ha sido un cliente que ha aprovechado muy bien el proceso. Desde el primer momento lo asumió como una buena oportunidad para conseguir algo que necesitaba. Se ha mostrado altamente comprometido, abierto y positivo, mostrando en todo momento un empeño personal en alcanzar los objetivos planteados como un reto personal prioritario. No es de extrañar que con esa disposición consiguiera su visión, en sólo dos años.

¿Te has planteado a qué aspiras en tu trabajo, en tu vida o en tu proyecto como persona?
¿Estás preparado para alcanzarlo?

Este artículo ha sido publicado en mi sección: Conversaciones de Coaching nº 2 en Training and Development Digest (septiembre 2014)
http://www.tdd-online.es/content/mario-ambici%C3%B3n-y-confianza

SOY CAPAZ

soy capaz¿Hay alguna creencia más empoderante? ¿Hay alguna declaración más potente? “Soy capaz” es una de esas frases que marcan la vida de una persona, de un equipo,… o de una nación.

Es una frase llena de poder. Contiene en sí misma la consciencia de la capacidad, el sentimiento de la confianza y la voluntad de la acción. Pensamiento, sentimiento y acción aunados en una única declaración que impulsa a una persona a alcanzar rus retos desde su más profunda convicción de que está a su alcance, de que puede conseguirlo.

Es fruto de ese autoliderazgo necesario para superarnos en el día a día que nos convierte en héroes diarios ante nuestros retos, ya sean estos simplemente levantarnos o realizar enormes hazañas, ya sea sobrevivir al atasco, tomar una decisión, afrontar 8 h de trabajo o superar un examen.
Ser nuestros propios líderes supone que nos consideramos el mejor de nuestros proyectos, que somos capaces de darle una dirección a nuestra vida y sacamos a diario la energía y motivación para orientarnos a nuestros retos.

En el último mes cerca de 1000 personas han reflexionado conmigo en conferencias y talleres sobre esta idea de liderarse a sí mismos, de “elegirse” ante la vida. La consciencia de nuestras emociones, de nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos, ¡¡la consciencia!!… Siempre digo que este nuevo siglo nos ha traído una fantástica oportunidad para ser más conscientes de nosotros mismos, para dejar de lado el “piloto automático” de la vida reactiva y elegir cómo ser ante nuestra vida. Todo el desarrollo de la inteligencia emocional, de la psicología positiva y del coaching tienen que ver con este interés por la consciencia, la voluntad y la elección de la propia vida.
Trabajo en esa idea de que esta capacidad de autoliderarnos cambia la vida de las personas y puede cambiar equipos y sociedades, pero no había visto un caso de tal magnitud como el de Colombia.

Acabo de llegar de allí después de casi un mes de trabajo. Gracias a grandes amigos Carlos Julio Moya es.linkedin.com/in/comunicacionpositiva, Luz Dany Moreno co.linkedin.com/pub/luz-danny-master-moreno/46/b9a/273 de AICP es.linkedin.com/pub/aicp-asoc-int-de-coaching-y-psicología/76/a05/b65; Martha Luisa Silva co.linkedin.com/pub/martha-lucía-silva-cabrales/30/615/907; Yolanda Romero de Grandes Líderes http://www.gl.com.co/main/index.php Y gracias también por la segunda edición de mi libro con ediciones de la u, http://www.edicionesdelau.com/, esta vez en Colombia, que ha sido recibida magníficamente.

Fascinada por la energía latente de esa nación. El sentimiento de país les une. Durante mi estancia, diferentes empresas se han unido para apoyar una campaña espectacular: “SOY CAPAZ”, un mensaje que llena cualquier espacio posible, desde la portada del periódico a las pantallas del aeropuerto, los escaparates, las latas de bebida. “Soy capaz” de conseguir cambiar mi presente y conseguir un futuro mejor. En su caso la vida en paz.

El ejemplo de lo que está pasando en Colombia nos frece una oportunidad magnífica precisamente para darnos cuenta del poder inmenso de las declaraciones. ¡¡¡Toda una nación declarando SOY CAPAZ”. Les cambiaba la cara al decirlo, se conmocionaban con la frase, sonreían con facilidad. Declaro mi admiración por una sociedad que deja el miedo, el resentimiento y las ganas de venganza atrás, que deja el pasado en su pasado y quiere orientarse a un futuro mejor.

La posibilidad de la esperanza, de la confianza en sí mismos, el proyecto de futuro, de eso va el autoliderazgo, de eso va el sentirse capaz. En definitiva de enfocarnos en las emociones positivas de la alegría y el amor que son las que permiten el desarrollo del ser humano y su proyección al futuro. Yo quiero estar ahí y rodearme de personas que buscan generar espacios de un futuro mejor.

¿Puede haber una fuerza impulsora más poderosa para el ser humano? ¿O para una nación?

Con mis mejores deseos de paz para mis amigos de ese gran país. Ojalá el año que viene cuando vuelva a verlos me hablen del éxito ya conseguido.

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Si no cambia la vida, ¿Por qué cambia mi vida?

y si no cambia la vidaEntro en un proceso de coaching. Sí. Algo me incomoda, algo perturba mi vivir. ¿Un dilema? ¿Una inquietud más o menos difusa? ¿Una insatisfacción? ¿Un conflicto? ¿Un reto que alcanzar?

El coach me acompaña en este proceso singular. Desde la generación de ese clima único de confianza y confidencialidad, de aceptación incondicional de mí como persona y como cliente. Continuando con el establecimiento de metas explorando donde estoy y soñando con esa visión de dónde quiero estar. Después de valorar si quiero ir allí o no, me encuentro  en otra fase clave, la fase del cambio. Sin ella no tendrán sentido las fases siguientes donde revisaré mis recursos para alcanzar mi visión, estableceré un plan de acción para alcanzarla y revisaré los aprendizajes de todo el proceso que me permitan seguir adelante. Es la fase clave que marca la diferencia entre dónde estoy y dónde quiero estar.

Estoy frente a mí, frente a mi forma de mirarme y mirar mis objetivos.

El coach no me da soluciones, me pregunta, suelta frases de esas que se te clavan en el pecho y penetran hondo, muy hondo. Estoy impactado. Mi mente se va y se viene. Me meto en la búsqueda, en las respuestas, pero tardan en llegar, tengo que ahondar, dar vueltas, soltar, despejar y ¡hete ahí que de repente entiendo! ¡¡Sí!! Ya sé lo que me incomoda, me falta o descubro lo que tengo que hacer. O ¡¡simplemente!! siento que todo está en orden y que ya puedo avanzar.

La espiral de desorden, el vórtice de confusión en el que estaba inmerso, se ha parado y simultáneamente encuentro cómo cambiar la valencia, el tono, ahora ya no estoy en caos, comienzo a entender y a tener energía para hacerlo diferente.

Nada ha cambiado afuera. Mi realidad es la que siempre ha sido. Mi vida sigue siendo la que es. Y sin embargo yo veo las cosas de forma diferente. Ya no estoy en un vórtice destructivo sino que me impulso hacia una nueva energía generativa que me permite evolucionar.

¿Qué ha ocurrido? Nada ha cambiado. Todo ha cambiado. El coach ha hecho que de forma rápida y eficiente me impulse para cambiar. Ha actuado como una auténtica palanca de cambio. Como una pértiga que ahora utilizo de forma diferente para saltar mis obstáculos de forma diferente, o como una nueva técnica para abordar mi reto.

Nada ha cambiado. Todo ha cambiado.

Miro y veo la realidad de otra forma, ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha cambiado?

Llego a conclusiones diferentes desde el mismo lugar, ¿por qué?

Este es el tema de mi conferencia,si quieres saber más, puedes asistir a ella o iniciar un proceso de coaching.

CUESTION DE AUTOESTIMA

autoestima“Tengo que quererme” “Ya lo sé, me lo digo todos los días” “Me lo dicen todos”… “Pero es que no me sale, no sé cómo hacerlo”

“¿Tienes que quererte?”

“¿Cómo se puede uno querer desde el deber?

“¿Puedes exigirte u obligarte a quererte?”

“¿Puede alguien quererse porque te lo digan otros?”

 “Esto del quererme…”

Lo oigo una vez y otra en los procesos de coaching: “Me tengo que querer más”, ¿pero cómo lo hago?”

No importa el objetivo original del proceso de coaching, ni el contexto empresarial o personal en el que se desarrolle, la probabilidad de oír este tipo de comentarios es altísima. Pero, sin duda, el más habitual es la declaración rotunda y brutal de “yo soy muy exigente” o en su variante “soy un perfeccionista” y con ellas el cliente ya trata de justificar todo lo que afecta su vida: actos, pensamientos, sentimientos y trata de “convencer” al coach de su fuerza y bienestar.

¡¡Qué lejos del bienestar!! Esto, el perfeccionismo es precisamente uno de los síntomas que manifiesta una autoestima deficiente. Sólo o en compañía de otros síntomas como son: las tendencias a defenderse de todos y todo, a auto-culpabilizarse de cualquier nimiedad, a justificar sus actos, a saltar por cualquier cosa, a ser supercrítico con uno mismo y con los demás, a estar indeciso, hipersensible a la crítica, a complacer a los demás.

Las personas tendemos a pensar que eso del querernos, lo de la autoestima, es algo parecido a arreglarnos el pelo, “tengo que ir a la peluquería” y traslado a la peluquera la responsabilidad de arreglarme el pelo y mejorar mi aspecto, voy me peinan y ya está.

Pero la verdad es que se trata de algo con mucho más alcance y rotundidad en nuestras vidas. La autoestima, junto con el autoconcepto y la autoimagen constituyen nuestra identidad, nuestro sentido de quién soy. Y esto ya son palabras mayores. Empezamos hablando de autoestima, de cómo nos queremos y pasamos a hablar de quienes somos. Ambas ideas están ineludiblemente vinculadas.

La autoimagen es la percepción sobre quienes somos, qué aspecto tenemos, cómo nos vemos de capaces para la vida, las relaciones, el trabajo, etc. Nuestra autoimagen como los otros componentes de la identidad se forma a lo largo de nuestra vida desde la infancia, en gran parte basándose en los comentarios de aprobación de las personas con las que nos relacionamos, especialmente los de la familia y también los del entorno escolar, los amigos y el entorno laboral.

El autoconcepto es la idea global u organizada que tenemos de nosotros mismos: si somos buenos o malos, interesantes, valiosos, inútiles, tontos,…. Es un juicio poderoso, una “creencia maestra” que a modo de muro de carga sustenta el edificio mental de nuestra identidad. También desarrollado a lo largo de nuestra vida se manifiesta con nítida claridad a través de nuestras palabras.

La autoestima es la valoración que hacemos de nosotros mismos constituida por un conjunto de percepciones, evaluaciones, pensamientos, sentimientos y acciones que tienen como foco nuestra propia persona, lo que somos y lo que hacemos. Su impacto es tremendo en nuestra vida ya que concierne a nuestro sentido de valía. Nada de lo que sentimos, pensamos o hacemos es ajeno a esta evaluación gradual de nosotros mismos que identificamos habitualmente como baja autoestima, autoestima frágil y alta autoestima.

La falta de autoestima se manifiesta en el desprecio de mí mismo, al considerarme sin valor e indigno de ser validado, de ser amado. Las creencias de “no valgo”, “no soy digno de ser querido”, “no soy válido” quedan muchas veces enmascaradas detrás de una cortina de vistosas justificaciones como “es que estoy en paro”, “es que a mi edad”, “es que yo no lo cojo tan rápido como los otros”, “es que…” Ni que decir tiene que la persona interpreta el papel de víctima en la obra de su propia vida. Es habitual que la tristeza se perpetúe en ellas ante la pérdida de valor de sus vidas y les lleve como en un círculo vicioso infinito a una parálisis continuada. También es habitual la ira con acciones agresivas hacia los otros, el mundo y uno mismo tanto físicas como verbales.

Un nivel intermedio es el de la autoestima frágil, la persona se valora y tiene una buena imagen de sí misma “salvo” cuando aparecen situaciones en las que se puede poner en cuestión su prestigio y por lo tanto ponerle en cuestión a él como persona. Una forma de manifestarlo es fanfarroneando precisamente de su capacidad, de sus recursos, de sus conocimientos, contactos, inteligencia, su aspecto físico, en definitiva, de cualquier cosa en la que pueda sustentar una aparente fuerza que oculte su miedo al fracaso. Aparecen los juicios comparativos con los demás “pues no voy a ser menos”, “pues si ese lo hace yo también”, “a mí nadie me va a decir cómo hacerlo”,… juicios que demuestran el gran peso de la envidia en su vida. No termina de verse capaz y por lo tanto compensa su miedo con intensos mecanismos de defensa para evitar vivir una derrota o sentir vergüenza. Ello le lleva a conductas de manipulación para hacer ver a los demás la bondad de sus afirmaciones y protegerse mediante la aquiescencia de los otros del peligro de tomar una decisión que afecte su reputación, pero sobre todo que haga tambalear su frágil autoestima.

El nivel más elevado es el de la alta autoestima o autoestima fuerte. Es cuando la persona hace una buena valoración de sí misma. Se ve capaz y por tanto no tiene miedo a los retos que se le plantean. Puede reconocer sus fallos e implicarse por completo en algo porque, si sale mal, su autoestima no se ve comprometida. No presume como en el nivel anterior porque no necesita hacer alarde de sus recursos. Es fácil que afronte la vida desde la alegría y la aceptación y por lo tanto su bienestar sea mayor.

La capacidad de generar aprecio y confianza hacia uno mismo y hacia los demás está en la naturaleza de las personas, es parte de esa fuerza que nos constituye como seres humanos y gracias a ella construimos nuestra vida, nuestro bienestar, nuestras relaciones y fortalecemos nuestros vínculos y cooperación. Podríamos pensar que siendo como es tan importante para la calidad de vida de las personas tendría que ser alta y, sin embargo, la realidad es que con mucha frecuencia nuestro nivel de autoestima es inferior al que necesitamos para tener una vida plena como se pone de manifiesto en los procesos de coaching. El origen básicamente está en que no nos miramos con la mirada de aceptación y amor necesarias y la interpretación que hacemos de nosotros mismos es despreciativa, muchas veces porque no hemos aprendido a valorarnos adecuadamente, otras porque nos castigamos al creer que no estamos a la altura o sentimos que nos hemos traicionado a nosotros mismos y otras por la influencia desvalorizante de personas a las que creemos.

maslow

 

Aunque los tres aspectos de la identidad son fruto de nuestra propia interpretación, el peso de nuestro entorno es enorme en su constitución. Fundamental para entender el alcance de esto es reconocer las valiosísimas aportaciones de los psicólogos humanistas quienes ya desde los años 40 identificaban la necesidad del aprecio propio y el de los demás en el bienestar de una persona.

Así el gran psicólogo Abraham Maslow señalaba que la necesidad de aprecio de su “Pirámide de necesidades” recoge dos aspectos, el aprecio por uno mismo (amor propio, confianza, suficiencia) y el aprecio que se recibe de otras personas (reconocimiento, aceptación, confianza). Precisamente sobre este segundo aspecto el maestro del desarrollo humano Carl Rogers puso el énfasis, señalando el valor de la aceptación incondicional del otro como fuente desde la que la persona puede generar su propio aprecio. Y esto que Rogers ya desarrollaba en los años 40, es a lo que hoy en día se da una importancia sustancial en el coaching de desarrollo. Se trata de uno de los fenómenos esenciales y con mayor impacto en los resultados de un proceso: la aceptación incondicional del otro como legítimo otro, como ser pleno con todas sus respuestas y capacidades ante quienes el coach simplemente actúa como palanca de apoyo o cambio. Ellos, los clientes, lo dicen con claridad: “crees tú más en mi que yo mismo”.

¿Desde dónde nos planteamos la autoestima? ¿Desde la exigencia (fruto de nuestra inseguridad) a ver si con ella conseguimos controlar algo lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿Desde la emoción del miedo de no estar a la altura, del qué dirán, de cómo voy a hacerlo, del no sé si voy a conseguirlo, del no soy capaz,… fruto de que nos evaluamos sin recursos para afrontar una situación? ¿Tal vez desde la ira que responde a sentirnos amenazados por lo que ocurre (comentarios de otros, situaciones problemáticas, adversidades,…)? ¿O tal vez desde la tristeza de sentir que hemos perdido oportunidades, capacidades, valoraciones, estimas, valores,…?

Cuando la estima se fundamenta en emociones que nos limitan y restan posibilidades no es posible que crezca ni sea positiva. Nace en un terreno no apto para este tipo de cultivos.

Einstein lo decía muy bien: la solución no se encuentra en el mismo plano en el que se plantea el problema. Si tu autoestima te resulta baja no se trata de subirla, sino de cambiar el lugar donde la fundamentas, donde la plantas, porque al igual que una semilla, una vez que encuentre un lugar rico en nutrientes dónde asentarse, enraizará y crecerá.

Estimarnos es el fruto de la emoción de aceptación que nos permite valorar lo que hay, aceptar el aquí y ahora como un momento único, disfrutar del ser y del estar. No significa conformismo ni complacencia en el status quo, significa sentirnos en paz y en equilibrio con nosotros mismos. Y esto nada tiene que ver con la egolatría, ni la vanidad, ni el egoísmo.

En palabras de otro gran psicólogo Albert Ellis “Auto-aceptación quiere decir que la persona se acepta a sí misma plenamente y sin condiciones, tanto si se comporta como si no se comporta inteligente, correcta o competentemente, y tanto si los demás le conceden como si no le conceden su aprobación, su respeto y su amor”

Desde esta emoción la autoestima brota como una hermosa planta en primavera nutrida por un equilibrio interior poderoso.

Quererse es una sensación sutil, sentida, como la brisa en la cara, cómo el calor de los rayos del sol en el cuerpo, es sensorial, táctil, incorporada en el cuerpo, está en ti, es dar valor a quien eres independientemente de qué haces, de qué te dicen, de lo que logras o no logras hacer y eso ¿es una obligación?,… o es fruto de un sentir.

Bien pues si lo que quieres es una autoestima más fuerte, es cuestión de ponerse a ello. ¿Cómo?

La Psicología Positiva nos da las claves para ello. Los pasos son consecutivos como si de una escalera de superación centrada en el triunfo personal se tratase.

 

  1. Auto reconocerme: identificando con objetividad lo que hago y qué me lleva a ello, mis necesidades, mis sentimientos, mis fortalezas (cualidades, habilidades), mis áreas de mejora, mis puntos negros. Es un trabajo esencial de reflexión y conocimiento de mi mismo que se prolonga durante toda la vida, más allá del proceso de coaching, revisando la idea que tengo de mí mismo, lo que me digo, qué adjetivos utilizo para describirme, en definitiva, cómo me hablo.

 

  1. Auto aceptarme, revisando qué aspectos de mí valoro y cuáles detesto. Todos los aspectos que me constituyen como persona (físico, psicológico, social, espiritual) son parte de mí, simplemente es cuestión de admitir que están ahí. Cualquier sensación, sentimiento, pensamiento, acción son lo que en ese momento soy capaz de hacer o tener y en ese sentido tienen valor para mí. No pienso mal o siento mal o actúo mal. Sea lo que sea lo que esté haciendo es lo que en ese momento soy capaz de hacer. Si quiero otros resultados ya haré algo diferente en otro momento.

 

  1. Auto valorarme, poniendo un foco positivo, mirándome con una mirada que me ponga en valor estimando las cualidades que tengo, lo que hago, lo que soy. Poniendo el foco en las cosas que me satisfacen, que me enriquecen y me hacen aprender y sentirme orgulloso de mí mismo, y que en definitiva mejoran mi bienestar.

 

  1. Auto respetarme expresando mis sentimientos sin culpabilizarme, castigarme tanto física como psicológicamente con reproches, frases desvalorizantes, aceptando las de otros o cualquier otra forma de degradarme. Respetarme es considerarme digno y merecedor de mi bienestar y desde ahí también respetaré a los otros.

 

  1. Auto superarme, cuando he superado los escalones anteriores soy consciente de mí, de mi valía, de mi dignidad y tengo la fuerza necesaria para sostener mis valores y desarrollar mis capacidades. Ya es cuestión de sumar pequeños logros en el día a día para elegir mi propio grado de autoestima.

sonya

Son aspectos que de forma integral tienes que abordar si quieres que tu autoestima se fortalezca y como resultado evoluciones mejorando tu capacidad de adaptación a tu medio y tu calidad de vida.

Algunas de las consecuencias de ello son:

Claramente que la confianza en ti mismo y en tus posibilidades para liderar tu vida se incrementan.

  • No te dejas avasallar por los problemas, los contratiempos y las dificultades sino que los consideras oportunidades de aprendizaje y experimentación. Pasas del fracaso al aprendizaje.
  • Confías en tus valores, sabes priorizarlos y adaptarte a tu entorno sin que implique confrontación o huída.
  • Dejas de “pre-ocuparte” por lo que haya ocurrido o por lo que pueda pasar y te centras en “ocuparte” de que ocurra lo que quieres.
  • Pones el foco en tu propia dignidad sin compararte con los demás aunque reconociendo las diferencias específicas de cada uno.
  • Das por hecho que eres interesante y valioso para otras personas, aunque no para todo el mundo. No es necesario que todos te quieran porque eres tú la fuente de tu propio amor.
  • Tienes más consideración por las necesidades y sentimientos de los demás ya que la tienes en primer lugar para ti.
  • Aceptas que tu vida es valiosa y que “todo está bien” y que desde ahí puedes disfrutar de cada momento y de cada actividad.

Un regalo final. Se trata de un sencillo ejercicio propuesto por la Psicología Positiva que la mayoría de mis clientes de coaching terminan haciendo, “El Diario”. Sí, llevar un diario, pero no de lo que has hecho a lo largo del día sino un registro diario poniendo foco en lo que vales, en lo que te valoras, en cómo estás siendo la persona que quieres. No falla, “acción mata juicio”, repetir una y otra vez genera el hábito de mirarnos con la dulzura propia de la estima, del amor.

 

Por si quieres saber más:

  1. Branden, Nathaniel (1990) Cómo mejorar su autoestima (original 1987). (original 1987). Ediciones Paidós Ibérica.
  2. Ellis, Albert (2005) The Myth of Self-esteem: how rational emotive behavior therapy can change your life forever.Prometheus Books.
  3. Ross, Martín (2013) El Mapa de la Autoestima. Dunken.

LAS PALABRAS EMOCIONALES

Imagen1¿Qué palabras utilizas en tu día a día? ¿Desde qué emoción te hablas? ¿Desde qué emoción te relacionas con los demás? ¿Qué palabras utilizas para hablar de tus sentimientos? ¿Eres consciente de las emociones que están detrás de ellas? ¿Cómo las distingues? ¿Qué expresas al hablar? ¿Qué quieres conseguir con tus palabras?

Si una situación nos impacta emocionalmente es porque la hemos interpretado de una forma determinada, vital para nosotros, de ahí su valor emocional. Otra cosa es cómo sentimos lo que esa emoción nos produce, esos sentimientos de los que muchas personas no quieren hablar, o no saben hablar, o les incomoda hablar o no se sienten capaces de expresar.

Y gestionar de forma consciente lo que sentimos y cómo lo sentimos es una de las mejores formas de gestionar nuestro mundo emocional, hablar de ello es un buen comienzo y, como indican los estudios de psicología: tener éxito y bienestar, en definitiva, calidad de vida.

Desde que en 1996, Daniel Goleman publicara su famoso libro Inteligencia emocional, que recogía la ingente investigación sobre este tema realizada en el campo de la psicología, este concepto se ha convertido en un elemento más de nuestra cultura. Se habla de inteligencia emocional en todos los ámbitos, personal, familiar, social, educativo, empresarial. En parte porque aporta respuestas a la necesidad del ser humano de entenderse y gestionarse; en parte también porque hay un interés social creciente y expreso por el bienestar personal y en parte, también, porque explica y “pone nombre” a algunos comportamientos, sistematizándolos y, por tanto, haciéndolos más manejables.

En ese libro se señalan dos grandes áreas de la inteligencia emocional, la interpersonal, que se define como la capacidad de manejar las reacciones con los demás, y la intrapersonal que indica la capacidad de relacionarme conmigo mismo.

Dentro de la inteligencia interpersonal se define la capacidad de comunicarse con otros. Tradicionalmente ha sido la comunicación con los demás lo que más peso ha tenido en nuestra educación y en la formación en el ámbito empresarial ya que con ella nos aseguramos el poder influir en los otros. Con nuestra comunicación provocamos reacciones en los demás, pero también nuestra comunicación nos “retrata” y “revela” como nos enfrentamos al mundo.

Y es aquí donde entra otra de las competencias, esta vez de la inteligencia intrapersonal, el autoliderazgo. Esta competencia nos indica la capacidad de elegir el cómo nos hablamos, qué pensamientos seleccionamos, que sentimientos y emociones primamos y el cómo nos gestionamos ante la vida. Ser conscientes de esta capacidad y de cómo podemos utilizarla, nos abre las puertas a una mayor libertad para elegir cómo sentirnos ante la vida.

Precisamente a través de nuestras palabras es cómo podemos darnos cuenta con más facilidad de nuestros pensamientos y sentimientos. Sin embargo éstos suelen ser para nosotros transparentes, no nos damos cuenta de lo que expresamos con las palabras hasta que otro nos lo hace ver.

El lenguaje es en sí mismo un prodigio de la naturaleza que nos permite tener la vida que tenemos como seres humanos. El lenguaje transcribe en símbolos lingüísticos nuestra relación con el mundo. Tenemos un patrimonio lingüístico formidable. Contamos con numerosas palabras que nos permiten expresar con especial precisión cómo es nuestra realidad, como se puede apreciar muy bien al leer relatos y especialmente poesía que nos llevan a reflexionar sobre los ricos y variados matices de las palabras. Y sin embargo parece que no tuvieramos palabras para nombrar lo que sentimos.

Lo que hacemos habitualmente es expresar nuestros sentimientos en una escala de valor positivo-negativo, así decimos “estoy bien”, “estoy mal” cuando nos preguntan cómo nos hemos sentido ante un suceso que nos ha afectado especialmente. Y expresamos también  la intensidad o grado emocional que sentimos “lo pasé fatal”, “me siento muy bien” enfatizando con palabras absolutas “nada”, “muy”, “bastante”, por ejemplo.  De ahí que habitualmente expresemos nuestros sentimientos con el componente positivo – negativo y un grado, por ejemplo “me siento muy defraudado” o “estoy muy contento”

Este lenguaje que utilizamos para hablar de nuestras emociones es categórico, absoluto, diríamos que radical. Procede directamente de una “forma de pensar emocional” para la que todo es blanco o negro, verdad o mentira. Esta forma de pensar emocional es imprecisa y rápida, sólo se fija en aquello que lo confirma y no se atiene a la situación actual, sino que se basa en las emociones del pasado para imponerlas en la situación presente. De la parte hace un todo, de tal manera que con sólo un detalle evoca toda una situación aprendida. Vive el pasado como si fuera el presente. No le importa la realidad sino lo que le evoca. Tiene su sentido ya que su finalidad principal es protegernos para sobrevivir y eso supone respuestas rápidas y unívocas. Y también permite la relación empática con los otros por cuanto podemos suponer cómo se sienten desde lo que yo he sentido.

El impactante texto extraído de Tobías y el Angel (1998), una novela de Susanna Tamaro, pone de manifiesto el poder evocador de las palabras. El libro cuenta las relaciones de Celeste con su abuelo. Sus padres, demasiado ocupados en sus propias peleas y desencuentros, no reparan en el impacto que sus discusiones tienen en la niña. Durante una de estas discusiones Celeste “encerrada en su habitación y escondida debajo de la cama, había comenzado a separar las palabras por colores: “Eres un fracasado”. Amarillo. “Ya no te aguando”. Anaranjado. “Vuelvo con mi madre”. Blanco. “Eres un borracho”. Rojo. “Y tú no sirves para nada”. Verde. “Te odio”. Negro. “Esa tonta de tu hija”. Azul. “Es también tuya”. Gris. “Está por verse”. Celeste. Había jornadas más anaranjadas y más amarillas. Jornadas más rojas, jornadas más negras. Con el tiempo, además del color les había dado también una forma. Había palabras-termita, palabras-araña, y palabras-escorpión. Tumbada en el suelo las veía correr hacia ella”.

Celeste aprendió a distanciarse del poder destructivo de esas palabras dándoles un color, otorgándoles un valor cualitativo, incluso una forma que su mente infantil interpretaba como animales peligrosos. Eso significa que era capaz de pensar sobre ellas y relativizarlas y sacarlas de sí. Desarrollaba con ello su inteligencia emocional. Aprendía a no sentirse herida por las palabras que decían sus padres nacidas desde el miedo y la rabia. Con esas palabras sus padres se atacaban mutuamente para defenderse de lo que vivían como un peligro: su propia relación. Y al oírlas Celeste recibía, a su vez, el mensaje de que estaba en peligro.

Es un ejemplo del ámbito familiar, pero en cualquier ámbito las personas utilizamos las palabras como “palabras basura” que arrojamos a los otros, como lanzas envenenadas que tratan de herir al contrario, muchas veces sólo para descargar nuestra propia emoción sin que tenga que ver con él. En el mundo empresarial se prima y valora un lenguaje neutro y “objetivo” pero siempre hay un momento para la descalificación y el desencuentro. A modo de ejemplos.

Este informe no sirve para nada”; “A ti como siempre no te interesa”; “Me parece que no entiendes”; “Pensé que sabrías hacerlo”; “No puedes estar hablando en serio”; “Si escucharas entenderías”; “No te enteras”; “Tú siempre igual”; “Tú ya se sabe …”; “Te falta compromiso”; “Te falta iniciativa”; “Te falta…”

No son necesarios momentos de crisis para que este lenguaje destructivo esté presente. Es más bien un tema de cultura empresarial y ambiente de equipo donde tiene un especial peso lo que el líder ofrece como modelo y permite entre sus colaboradores. La mordaz ironía en las conversaciones de un equipo, que resulta jocosa para algunos, no es otra cosa que la manifestación de la agresividad latente entre sus miembros.

Son palabras que proceden de las emociones negativas con las que estamos viviendo, bien la situación concreta, bien un período de nuestra vida o la vida en general, porque prima en nosotros un patrón emocional negativo. Y esto significa que estamos viviendo las situaciones como un peligro constante (ira), dañinas para nosotros (asco), donde dudamos de nuestros recursos (ansiedad) o creemos que los hemos perdido (tristeza). Son emociones que disparan en nosotros respuestas de ataque, huida o parálisis con las que luchamos por sobrevivir.

Son palabras que revelan una baja inteligencia emocional. No sólo no somos capaces de ser conscientes de lo que nuestras emociones nos indican, sino que reaccionamos en piloto automático ante ellas. La tensión que manifiestamos con ellas impacta en los otros de forma exponencial, el malestar entra en una espiral creciente que fácilmente terminará en conflictos. Pero el conflicto externo no es más que una expresión del conflicto que llevamos en el interior.

También podemos utilizar nuestras palabras para construir realidades e iluminar nuestra vida. Recurriendo al ejemplo de Celeste  “había entendido que las palabras del abuelo eran palabras-llave. Avanzaban siempre explorando el aire, transformando una cosa en otras. Palabras-llave y palabras-manta, palabras tibias bajo las que dormirse tranquilos”.

En la novela las “palabras llave” abren puertas y encuentran salidas, agregan, suman, engrandecen. Son palabras que buscan soluciones, espacios de encuentro y colaboración. Son palabras que disuelven atascos y consiguen que el diálogo fluya, no que se estanque. Son palabras positivas que abren posibilidades, dirigidas al futuro que generan “escenarios de futuro” y “espacios de posibilidad”; llevan a construir y no a destruir. Son palabras fruto de una emoción positiva como es la alegría. Con ellas la interpretación que mostramos de los hechos es muy diferente. Ahora no son una amenaza sino una oportunidad.

El lenguaje empresarial tiene también otro sentido cuando las palabras son llave: “El informe puede mejorarse”; “Puede que no te interese”; “Me pregunto qué has entendido”; “Has trabajado este tema aunque habría que darle una vuelta más”; “¿Cuál es tu propuesta para evitar que esto ocurra de nuevo?”; “Estás un 10% por debajo de lo planificado”;”Con esto no solucionamos el problema”; “¿Cómo crees que podemos solucionar esto?”; “Ya tienes… ahora hay que conseguir…”

Además estaban en la novela las “palabras manta” que acogen, consuelan y arropan. Son como anclas que nos sujetan para no perdernos en el vacío o la espiral de desaliento o son salvavidas que nos recuperan en momentos de incertidumbre, dolor o dificultad. Son palabras que nos fortalecen y hacen crecer en nosotros otra dimensión, la de la tranquilidad, la seguridad y el valor. Ya seamos receptores de ellas como Celeste o portadores de ellas como su abuelo, las palabras que aportan confianza son la expresión más sublime de la naturaleza humana porque muestran nuestro amor por nosotros mismos, por los demás y por la vida.

Esto nos lleva a una profunda reflexión, ¿qué tipo de palabras utilizo para comunicarme: basura, llave o manta? ¿Qué emociones estoy sintiendo y transmitiendo con ellas? Y lo que es más ¿qué resultados y cómo quiero conseguirlos en mi vida?

Que nuestra comunicación sea más rica en palabras-llave y palabras-manta que en palabras basura es una capacidad personal que requiere de cierto trabajo personal que empieza por ser conscientes de nuestras emociones, nuestros juicios y de nuestro estilo de comunicación, algo que se hace más fácil cuando cuentas con un profesional de las conversaciones como es un Psicólogo Experto en Coaching. ¿Lo necesitas?

ÉXITO, LOGROS, PERSONA, EVOLUCIÓN

que nadie te diga nunca¿Qué es el éxito? ¿Qué significa? ¿Qué son los logros? ¿Cómo me sobrepongo y crezco día a día para alcanzar el éxito?

Hace algunos días Cris Moltó es.linkedin.com/in/crismolto me entrevistaba como persona de éxito para que hablara del éxito. Bonita y sugerente fue la mirada de Cris. Fue una de las entrevistas más interesantes y más potentes de entre las que me han hecho. Me llevó a la reflexión sobre qué es el éxito, lo que significa para mí, cómo lo percibo y qué valoro yo de ello. Nunca me había parado a pensar en esto. Suele uno reflexionar, como mucho, sobre el éxito, queriéndolo, buscándolo, viéndolo en otros, pero no analizando qué es para uno mismo y qué significa en la propia vida.

La reflexión que Cris me propició con sus preguntas me hizo centrar mi atención en este tema y ahondar en lo que normalmente entendemos por éxito y en lo que para mí personalmente significaba. Me surgieron así perspectivas, ideas, interpretaciones que después me han hecho pensar en ello repetidamente. Gracias Cris por llevarme a esta reflexión.

Sí, para muchas personas el éxito es el triunfo, el alcanzar notoriedad, el ganar dinero, el poder, la posición que pueda generar en otros admiración y pleitesía. Sí, muchas veces nos medimos por el éxito de los otros: “Es Director General”; “Soy Regional Manager”; “Soy Ejecutivo de primer nivel”; “He sido Manager”; “He ocupado posiciones en multinacionales”. En el mundo empresarial se oyen estas frases con fervor, incluso se cambia el tono, velocidad y timbre de la voz al decirlas. Más despacio, más sonoras, más rotundas, como para dar tiempo a los otros a que puedan atender y asimilar el poder implícito en ello y la importancia de lo que decimos que hemos hecho o hacemos. Es un éxito valorado, buscado y exhibido, pero también un éxito del hacer – y con frecuencia también del tener-, un éxito de las formas, de las etiquetas, de los supuestos, que puede que se sustente en un rotundo mérito personal, o sólo sea una imagen, “marca”, forma y apariencia.

Al hilo de las preguntas de Cris, fui entramando mis ideas, mis sentimientos, mis valores sobre el éxito. No, definitivamente no le confería valor a ese éxito de fachada, para mí sólo era una información situacional de la persona. Interesante, adecuada, útil profesionalmente, pero que no me hablaba de la persona que es ante su vida, de su energía, de su momento vital, de lo que está disponible para hacer, para compartir y para vivir. No me hablaba más que de su pasado y no de quién puede ser en su futuro. Es un referente que condiciona mis expectativas sobre ella. Poco me dice de la evolución que pueda tener y lo logros que pueda alcanzar.

No me hablaba de si puedo o no conectar con esa persona, relacionarme con ella, compartir y vivir. Y esto, cada vez está adquiriendo más sentido y presencia para mí y en cómo quiero vivir mi vida, dentro de la cual mi ejercicio profesional es sólo una enorme, sustancial y magnífica faceta.

Continuamente me encuentro en mi trabajo este tipo de perfiles profesionales de “éxito” que buscan en un proceso de coaching alivio a la tensión acumulada en esta carrera por despuntar. Personas que se sienten descompensadas, que han puesto mucha energía en conseguir esos logros que tanta admiración causan en el mundo profesional, pero que se viven a sí mismas con desasosiego y dolor. Cuando les pregunto por su nivel de autoestima invariablemente ¡se suspenden a sí mismas! Su auto-concepto es pobre, deteriorado; su autoimagen distorsionada. Toda su identidad está resentida por la falta de centramiento y coherencia consigo mismas y el poco valor de su proyecto vital. Toda su energía se ha dirigido a la consecución de este logro profesional, externo, de fachada. Naturalmente no significa que todos los “ejecutivos o profesionales de éxito” estén en esta situación de descentramiento e insatisfacción, pero sí es más y más habitual que personas con un alto nivel de compromiso con su carrera aprovechen la oportunidad del proceso de coaching para “darle una vuelta” a su forma de enfrentarse a la vida, no sólo a los retos profesionales. Esto ocurre cada vez con más frecuencia en los procesos de carácter profesional, como constatamos y comentamos en los foros profesionales más representativos los expertos en entrenamiento mental.

El éxito para mí no es este éxito de fachada. Estos son sólo logros profesionales. Pero no me habla de la persona que los ha conseguido, ni del valor diferencial que aporta para lograrlos, ni de su calidad humana. Sólo habla de rótulos asociados a un nivel de decisión y a un poder que los demás alabamos y buscamos, la mayor parte de las veces pensando en cómo sacar beneficio de ello.

He descubierto que mi forma de entender el éxito tiene que ver más con los retos con uno mismo, con quién soy, con quién quiero ser, retos que tienen que ver con cómo me enfrento a mi vida, más que con los desafíos profesionales que representan lo que hago y lo que tengo. Quizás estoy equiparando el significado de “héroe”, de alguien capaz de conseguir resultados extraordinarios en situaciones críticas, con el de persona de éxito. Pero ¿qué es una situación crítica?, ¿qué es una persona de éxito?

Cris me pidió que le dijera una persona que fuera para mí un ejemplo de éxito. Y sin dudarlo hablé de Mandela. Para mí representa la persona capaz de superar sus creencias y cambiarlas por otras. Mucho se habla del impacto de su figura en el devenir de Sudáfrica y del ejemplo que dio al mundo entero con su política de unidad. En mi opinión la clave de su éxito está en que fue capaz de pasar de sus propias creencias restrictivas, de confrontación, de yo gano – tú pierdes, a unas creencias sumatorias, de colaboración, de yo gano – tú ganas. Tuvo que ir deshaciendo en su mente el sustrato emocional de ira y resentimiento hacia el establishment de Sudáfrica, y cambiando esa emoción y ese estado emocional por la aceptación y la ambición de un mundo mejor. Sólo desde esta emoción ligada al amor podía pensar en las soluciones integrativas que luego puso en marcha en su país.

Puede que la prolongada y brutal soledad en la prisión, lejos de llevarle a la amargura y el resentimiento que muchos hubieran considerado la respuesta adecuada, le hicieran explorar nuevas formas de reinventarse e interpretar el mundo. No cayó en la “indefensión aprendida” de pensar que no podía hacer nada para cambiar las circunstancias. No sé cómo hizo el click necesario para ello. Tal vez su poema favorito “Invictus” fuera la palanca de cambio apropiada.

invictus
Desde luego cambiar es más fácil cuando contamos con alguien que nos acompaña en ese afrontamiento de las circunstancias difíciles. La presencia de otro que comparte con nosotros, y mejor aún, que nos escucha, es una poderosa palanca que nos facilita tomar impulso y alcanzar niveles de excelencia antes impensables. Es lo que suele ocurrir en el entrenamiento mental: se aceleran estos procesos de cambio y empoderamiento gracias a la facilitación profesional de un experto, especialmente de un psicólogo experto en coaching.

Es propio de las personas recuperarse, salir más fuertes y capaces de las situaciones difíciles que se les plantean. La capacidad de resiliencia del ser humano es un fenómeno extraordinario que nos habla de una cualidad formidable. Tendemos a la recuperación, al equilibrio, a salir fortalecidos y con nuevos recursos de nuestros conflictos. Nos reestructuramos, nos empoderamos, aprendemos de las situaciones difíciles y conseguimos una nueva forma más rica, evolucionada y poderosa de afrontar lo que nos ocurre. Mandela, de forma similar a Vicktor Frankl, fue capaz de superar la inmediatez de sus circunstancias y pensar en un mundo mejor, en nuevas posibilidades de acción, en nuevas formas de afrontar la tremenda dureza de sus circunstancias.

Puede que lo que convierte a alguien en un héroe es que, ante circunstancias durísimas, reacciona de forma constructiva, generando opciones y abriendo posibilidades, algo que los demás admiramos precisamente por la energía generadora de su potencia positiva.

Sin embargo, las personas no sólo nos enfrentamos a circunstancias duras situacionales. En el día a día también nos encontramos con situaciones durísimas, no sólo física sino psicológicamente. Pensemos por un momento en el adolescente al que todo su entorno califica de incapaz. No dejan de ser los juicios de las personas que le miran y que lo hacen desde su propio juicio sobre sí mismos, pero la verdad es que para un adolescente la presión social de “no puedes”, “no llegas”, “no lo vas a conseguir”, “no vales” es absolutamente demoledora. Recientemente en un programa de “coaching constructivo” trabajaba con un grupo de adolescentes la construcción de su identidad. ¡Tremendo el reto! Si pensamos que las circunstancias de Mandela eran duras, pensemos por un momento en las circunstancias de una criatura que aún no tiene identificados sus recursos, que aún sigue tomando la fuerza de los otros. Los adolescentes están forjando su identidad a través de lo que los demás les dicen, sobre quiénes son y sobre qué son capaces de hacer. Mandela o Vicktor Frankl eran hombres maduros, capaces para elegir sus pensamientos, sus sentimientos y sus comportamientos. Los adolescentes aún están en ese proceso de aprender a elegir, “eres lo que piensas”, y sin embargo ellos son en gran parte lo que piensan los demás de ellos. Si en los adultos sus pensamientos son los que les llevan a dónde y cómo están, en los adolescentes son los pensamientos de otros: padres, profesores, compañeros, conocidos, amigos los que les llevan a concebir su propio auto-concepto. Aún están desarrollando la “moral heterónoma” que les permita elegir su propio posicionamiento ante la vida.

Cris me preguntó por otra persona de éxito. No lo dudé, mi nuevo símbolo de persona de éxito, mi nuevo héroe, era un adolescente cercano al que he visto superar las limitaciones que otros le imponían, las creencias de otros sobre él que le espetaban. Encontrar la fuerza dentro de uno mismo para superar no sólo a uno mismo sino las creencias de otros sobre uno mismo me parece un logro aún mayor que el de superar circunstancias adversas. Porque ¿con qué cuentas cuando todos te dicen que no puedes, que no vales, que no llegas? El problema no es pensar qué malos son los demás, o qué injusto es el mundo, sino pensar en qué malo soy yo que me merezco el fracaso que me pasa.

La clave no es tanto lo que hacemos sino lo que pensamos. Nuestros pensamientos moldean la persona en la que nos convertimos cada día. Influyen en nuestro vivir diario, afectan nuestras decisiones, determinan nuestras relaciones y, en definitiva, la calidad de la persona que somos. Siendo tan potente y sustancial la formación de la identidad en nuestra vida resulta desalentador ver lo poco que se trabaja en el sistema educativo la importancia del pensamiento sobre uno mismo. Educamos en contenidos, en qués, pero no en cómos. Pretendemos llenar con la educación el recipiente con contenidos en vez de alentar el fuego del ser humano que se está forjando. Llenamos a los adolescentes de nuestros conocimientos, nuestras creencias y nuestras limitaciones. Por eso terminamos haciendo coaching reparativo, facilitando la reconstrucción de sí mismos en personas adultas. Y sin embargo, ¡cuán potente sería hacer un coaching constructivo! Un coaching en el que los adolescentes aprendieran a pensar sobre sí mismos de forma que les empoderase, les hiciera superar sus circunstancias y vivir acorde con su propio proyecto vital. Este es el programa que estamos llevando a cabo en la Fundación Aprender http://www.fundacion-aprender.es del colegio Brot de Madrid y el tema que desarrollaré en el congreso INFAD de la Universidad de Extremadura http://www.viicongresopsicologiayeducacion.com/.

Ambos dos, Mandela y el adolescente son mis “héroes”, las personas que materializan para mí el éxito, porque, ambos dos, han sido capaces de saltar por encima de su paradigma habitual lleno de juicios de imposibilidad, de confrontación y de rabia, para construirse un nuevo paradigma de capacidad, posibilidad y acción personal. Es muy fácil construir un paradigma de hábito, costumbre e irreflexión.

Definitivamente para mí el éxito consiste en la superación de uno mismo, en ser capaz de construirse y de evolucionar, en ser más capaz de afrontar con consciencia y satisfacción nuestro gran reto de vivir.

LA EMOCIÓN QUE NOS CAPACITA PARA LA ACCIÓN

portada
En cualquier emoción y desde cualquier emoción hay una posibilidad de acción para las personas. Si considero que una emoción como la del miedo es sólo un obstáculo, focalizaré mi atención en enfadarme por ello y, como mucho en eliminarlo –o superarlo-. ¿Es esta la forma más útil de utilizar mis emociones?

¿Cómo reaccionas tú ante las situaciones de tu vida?

Si considero que la emoción es una información, una energía que genera modos de actuar que me son útiles para mi propio bienestar y capacidad de acción, puede que no tenga inconvenientes en ser consciente de ella, aceptarla y gestionarla a mi favor.

Darse cuenta es el primer paso. En el momento en que aceptas la situación deja de dominarte, ya puedes gestionarla tú.

Esta es la propuesta de mi libro “Emociones capacitantes. Su gestión en el coaching, el liderazgo y la educación” que presentaré el día 21 de noviembre en la sede de Lider-haz-go.

Y si quieres vivir desde dentro las emociones participa en el talller que impartiré en esta escuela el día 30 de noviembre.

Lider-haz-go C/ O´Donnell, 18 // 91 431 11 62 // info@lider-haz-go.es

Y para que sepas un poco más de cómo sentimos las emociones, aquí tienes un fragmento de mi libro.

¿En qué consiste la capacidad de darnos cuenta? En esa línea evolutiva de cada vez mejorar la capacidad de respuesta para sobrevivir, surgió una nueva capacidad, la de “darse cuenta” de lo que se siente. Ese darse cuenta, la consciencia, nace del trabajo conjunto de todo el cerebro tal y como ha comprobado un equipo de neurocientíficos franceses del INSERM en 2009. Incluso han identificado una “marca de consciencia”, es decir, un patrón de actividad neuronal correspondiente a la consciencia, y que tal como había planteado el profesor de genética molecular Johnjoe McFadden es el resultado de la interacción electromagnética de las neuronas. Cada vez que una neurona se activa, envía una señal electromagnética al cerebro, que queda retenida automáticamente junto con el resto de información cerebral, creando un “espacio consciente”.

Es precisamente la capacidad de darnos cuenta, es decir la consciencia, la que nos permite pasar de la respuesta automática a elegir la respuesta más adecuada a la situación.

La consciencia tiene un papel clave en la gestión de la información. Nos permite agrupar y compactar la información relativa a un tema, identificarla, interpretarla, evaluarla y actuar en función de ella.

Pensemos, por ejemplo, en la situación de encontrarnos en un acto social con una persona que se dirige a nosotros. Por un momento no sabemos quién es. A los pocos segundos la reconocemos. En ese micro espacio de tiempo se ha producido una búsqueda de información en relación a esa cara y toda la información que tenemos asociada a ella: su nombre, dónde la vimos antes, qué relación tenemos con ella, cómo la valoramos, etc. De repente tomamos consciencia de quién es, y actuamos en consecuencia. Puede que queramos eludirla, o que queramos saludarla, y en ese caso elegimos también el tipo e intensidad del saludo.

Por lo tanto, la consciencia induce una determinada conducta pero de forma inmediata no elimina la emoción ya que como hemos visto los procesos intelectivos son más lentos que los emocionales. El papel de la consciencia en la gestión de las emociones es precisamente “darnos cuenta” del estado físico del cuerpo emocionado, es decir, sentir las sensaciones que se producen en el cuerpo tales como una taquicardia, o una contracción muscular, si no, y esto es lo más relevante, como una sensación global, y a la vez, específica, que afecta a todo el cuerpo y que las personas identificaremos, gracias a la socialización, como un sentimiento al que podemos nombrar.

Desde los primeros tiempos de la investigación en psicología Henry James (1842 -1910) ya había propuesto que los cambios que ocurrían en nuestro cuerpo en una determinada situación, hacían que el cerebro elaborase una representación mental de ellos, el sentimiento. El reconocido investigador Antonio Damasio ha comprobado que los cambios que ocurren cuando una persona tiene miedo, como la liberación de la adrenalina o el aumento de latidos cardiacos, son lo que hace que sienta el miedo, y no al revés, que como consecuencia de tener miedo se produzcan los cambios en el cuerpo. Sin embargo aún hay quien se sigue haciendo la pregunta qué es antes si el sentimiento o la emoción, ¿tiemblo porque tengo miedo, o tengo miedo porque tiemblo?

Los cambios fisiológicos que origina la emoción son percibidos como sensaciones corporales a los que llamamos sentimientos. Así pues los sentimientos son la experiencia consciente del estado del cuerpo. Nos “sentimos emocionados” al darnos cuenta de los cambios que ocurren en el cuerpo por una respuesta emocional. Y este uso del lenguaje donde mezclamos de forma indiferenciada emoción, sensación y sentimiento nos lleva a decir “estoy emocionado” cuando lo que siento son las sensaciones que producen una emoción. Esto es indicativo del desconocimiento que existe en torno a las emociones, lo que son y cómo nos afectan. A la luz de los descubrimientos de la neurociencia, y considerando la importancia de las distinciones que con el lenguaje hacemos de nuestra realidad, deberíamos decir “siento un sentimiento” o “tengo una emoción”.

Ser conscientes de que sentimos las emociones, supone evolutivamente un cambio cualitativo impresionante en nuestra naturaleza humana, aunque hay que señalar que se han identificado ciertos niveles de consciencia en otras especies, especialmente en los primates.

Cada emoción provoca un patrón diferente de respuesta, todo un programa corporal, cognitivo y conductual, que el cerebro percibe como diferentes y que interpretamos como sentimientos diferentes.

Gracias al avance tecnológico, y especialmente con las neuroimágenes funcionales, actualmente es posible estudiar lo que ocurre en el cerebro de una persona cuando “siente una emoción”. Las neuroimágenes funcionales son imágenes de resonancia magnética que muestran, mediante colores graduados el aporte de sangre en una zona. Cuando una zona del cerebro está más activada, y por lo tanto, implicada en una actividad, demanda un mayor aporte de riego sanguíneo, de ahí que podamos saber con estas neuroimágenes qué zonas se activan ante un determinado estímulo o tarea, y también conocer cuando una persona está experimentando un sentimiento u otro. Así se ha identificado que los sentimientos se localizan principalmente en la corteza cerebral, especialmente en las zonas de la corteza cingulada anterior, la corteza somatosensorial, la corteza ínsula, aunque también están implicados el hipotálamo y núcleos del tronco del encéfalo. Como ya se ha indicado el cerebro trabaja como un sistema abierto y todas las zonas especializadas en una función determinada se implican de forma coordinada en las tareas necesarias para vivir.

¿Qué activa a estas áreas de los sentimientos?

En realidad hay diferentes formas de provocar un sentimiento. Las personas somos sistemas abiertos y recibimos información de múltiples fuentes, todas interconectadas: cognitivas como el pensamiento o el recuerdo o la imaginación; corporales como la postura, la expresión facial o la respiración; sociales como el contagio de las emociones de otros y externas como hechos que nos generan ese sentimiento.

Los sentimientos y el sentido propioceptivo, es decir, el sentido de cómo están las diferentes partes del cuerpo, se localiza en estas mismas áreas cerebrales, por ello se mezclan las sensaciones y los sentimientos, y nos resultan indiferenciables.

En definitiva, los sentimientos no sólo se corresponden con hechos, también pueden originarse en representaciones cerebrales (pensamientos, imágenes), es decir, sentimientos, diferentes de los que corresponderían de forma habitual a lo que está ocurriendo, y por ello podemos decidir sentir los sentimientos que elegimos sentir.

Y este potencial de elección está ligado a algo que nos hace personas: la autoconsciencia. El darnos cuenta de que nos damos cuenta. Puedo sentir que siento. Como señala el neurocientífico Antonio Damasio, “Soy en cuanto que me doy cuenta que soy, de que eso que pasa, me pasa a mí” Lo que siento me permite darle a mis sentimientos la dimensión que yo elijo. Puedo recrear un sentimiento de plenitud y calma interior o puedo sentirme resentido con alguien, el mundo, o la vida. El psiquiatra Viktor Frank (1905-1997) en su obra El hombre en busca de sentido, ha ilustrado cómo, hasta en la peor de las circunstancias una persona es capaz de elegir los sentimientos con los que afronta lo que le ocurre.

Podemos pensar sobre nuestro pensamiento, y nuestros sentimientos, meta-representarlos, y modificarlos, porque los sentimientos son una representación de lo que nos ocurre, y pueden estar más allá de los estímulos que los originaron.

Si quieres saber más, puedes leerlo en mi libro «Emociones capacitantes. Su gestión en el coaching, el liderazgo y la educación».

Ahora mismo está distribuyéndose en los principales puntos del país, pero si no lo encuentras ponte en contacto conmigo respondiendo a esta entrada o si lo que deseas es un coaching del máximo nivel emocional.

LOS INGREDIENTES DE LA FELICIDAD

Imagen2El día 13 de noviembre presentaré de nuevo mi libro “Emociones capacitantes. Su gestión en el coaching, el liderazgo y la educación”. Esta vez en un espacio único por el respeto y aceptación de la otra persona, sea quien sea ésta. Es un espacio donde la utopía de la felicidad se materializa cada día en los procesos de desarrollo personal que allí tienen lugar. Es el espacio de CIVSEM donde se produce el “milagro personal” de facilitar que cientos de personas se sientan dueños de su vida y capaces de elegir cómo sentirse ante ella. Un espacio donde muchos descubren por primera vez cómo se relacionan con sus emociones, cuáles son sus sentamientos y cómo su pensamiento influye en su propio bienestar.

Decía Martin Seligman, el autor de “La auténtica felicidad” y psicólogo clave en la Psicología Positiva que hay tres caminos para alcanzarla. El camino de la vida agradable a través de las emociones, el de la vida comprometida a través de la conexión entre la actividad interna o externa y el de la vida personal a través del significado personal.

Habitualmente pensamos que estar contentos es el camino de la felicidad, sin embargo las emociones pueden ser diversas y no sólo desde la alegría se siente uno feliz. Además, no es el único camino para la felicidad. De hecho los dos caminos del compromiso y el significado aportan más satisfacción a la vida que el pasar un buen rato, a pesar de que esto sea estupendo en sí mismo. La vida comprometida implica estar involucrado en la actividad que uno realiza, en sus relaciones y vocación. Emoción positiva y compromiso juntos no conducen a la satisfacción profunda, por ejemplo, uno puede sentirse felizmente comprometido en dejar su vida. El tercer camino por el que encontramos significado, propósito y el sentido con una causa mayor es el ingrediente que faltaba. Los tres juntos agrado, compromiso y significado nos llevan a crear una vida plena.

Y estos son los caminos que se trabajan en CIVSEM y son los caminos en los que trabajo, ¿puede haber rutas más atractivas?

Un espacio perfecto para hablar de emociones capacitantes.

Será el miércoles13 a las 19,30 h. en la C/ Rufino González 14 Escalera 1. 1ª Planta T. 91 449 08 61

VIVO EN UNA URNA DE CRISTAL, ¿SIN EMOCIONES?

urna de cristal Me preguntaba una persona en la presentación de mi libro emociones capacitantes el 9 de octubre en el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid si una persona que siempre hubiera estado en una urna de cristal tendría emociones o si se necesitaban estímulos externos para que se le generaran.
Interesante pregunta, ¿verdad?

Tendemos a pensar que nuestras emociones son producidas por lo que pasa fuera de nosotros. ¿Es cierto esto? Sin duda lo que ocurre en nuestro mundo nos produce reacciones emocionales de todo tipo. Un ruido repentino genera en nosotros una reacción emocional de sorpresa, a la que sigue habitualmente otra emoción como es el miedo, la alegría, el asco. Una noticia de la pérdida de alguien querido nos produce tristeza. Un coche que nos pasa rozando nos puede generar ira. Y así sucesivamente. Lo que ocurre en el mundo físico es una fuente inagotable de emociones. También lo es lo que ocurre en nuestro mundo social, el efecto de las conductas de las otras personas en nosotros tiene tal vez un carácter más profundo y simbólico y es más fácil que afecten nuestro sentido de nosotros mismos: nuestra identidad.
Pero volvamos a la pregunta inicial, ¿sólo del mundo externo proceden mis emociones?

NO

Recuerdos, imaginaciones, pensamientos, sensaciones, cambios fisiológicos, son fuente continua de emociones, tanto o más que las anteriores. Mi naturaleza humana es mi principal fuente de emociones porque es parte de mi equipamiento para vivir.

Yo puedo imaginarme sintiéndome bien, aceptando el “aquí y ahora” y reorganizar mi mente y mi cuerpo para ello: comienzo a respirar más lento, tal vez entrecierre los ojos o incluso los cierre, mi cuerpo entero se afloja y adquiero una posición de apertura.

Yo puedo recordar el miedo que pasé en una situación cualquiera en la que no sabía cómo salir adelante y resolverla, tal vez un examen, tal vez cruzar un puente inestable, tal vez un conflicto personal con otra persona. Y esto significa que no sólo recuerdo, digamos a nivel de evocación mental, todo mi cuerpo evoca las reacciones que asocié a esa situación: encogimiento general del cuerpo, respiración mínima, entrecortada, paralización general, etc. Sólo si desorganizo / “desprogramo”, ese conjunto de reacciones asociadas al recuerdo podré en un futuro recordarlo de otra manera.

Las nuevas técnicas de neuroimagen nos han aportado también una información importante: personas en coma evocan recuerdos y experiencias emocionales.

Cuando soñamos evocamos también emociones asociadas a cómo experimentamos la situación y se ha podido comprobar que el bebé en el seno materno puede estar soñando a la vez que la madre. No podemos saber el contenido del sueño, pero lo que sí sabemos es que la neuroquímica de la madre está llegando al bebé, y por lo tanto, lo que ese set de neurotransmisores conlleva es lo que le llega al niño induciendo las respuestas propias a esos componentes químicos.

En otras palabras, sólo un cerebro dañado estructural o funcionalmente no generará respuestas emocionales.

Si recordamos el famoso caso de Phineas Gage (primer caso documentado científicamente sobre los daños cerebrales y el comportamiento), quien tras sufrir un terrible accidente que dañó la conexión entre la zona límbica y el córtex cerebral, podemos darnos cuenta de que las emociones van a estar ahí. ¿Phineas dejó de tener emociones? No, pero no podía gestionarlas. No sabía que era apropiado y qué no.

Seguimos pensando en las emociones como fuerzas independientes a nosotros mismos que nos dominan, que incluso son desagradables, como enemigos muchas veces de nosotros mismos. A veces me ha dado la impresión de que alguna persona las vivía como crías de aliens que habitaran en su interior, incluso con frases tan descriptibas como “las emociones que me habitan”.

Este siglo XXI nos está trayendo muchas inquietudes, muchos retos en la evolución humana, una de ellas, las ganas de superar la dicotomía permanente entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre la razón y la emoción, entre el competir y el colaborar. Hay nuevas aspiraciones de integración, de ampliación de consciencia, de ir más allá de lo límites de nuestros propios juicios y de ampliar nuestro conocimiento basándonos en las múltiples perspectivas que los múltiples observadores que somos, somos capaces de ver y aportar.

La ingente cantidad de noticias sobre emociones forma parte de esta inquietud.

Señores, señoras, reconozcamos a las emociones como parte de nuestra naturaleza humana, como parte de nuestro equipamiento para dar respuestas funcionales y mejor adaptadas a nuestros retos diarios, como un recurso valiosísimo para triunfar no sólo en el sobrevivir, sino en la calidad con lo que lo hacemos. Sin ellas y su integración con nuestro pensamiento, al igual que le ocurrió a Phineas Gage, no sabemos lo que nos conviene o lo que es más adecuado para nuestra vida.

La última película de Star Trek nos ofrece un ejemplo fantástico sobre la integración de la razón y la emoción en la persona. Dos personajes tradicionalmente enfrentados en su dualidad, aproximan en esta película sus anhelos. Spock, quien antes era pura lógica y racionalidad, lucha ahora por integrar su dimensión humana (emocional) en su vivir y tomar decisiones más acordes con su naturaleza humana y vulcaniana, en definitiva, en sacarle el mayor partido posible a todo su bagaje genético y cultural: razón (lógica) y emoción.

El capitán Kirk, quien antes podía ser el adalid de la toma de decisiones en base a la balanza de costes y beneficios, adquiere ahora una identidad “visionaria”, pasional, donde las relaciones, la fidelidad, la cohesión de equipo y la amistad son las claves de un comportamiento colaborativo excepcional que lleva a “RESULTADOS EXTRAORDINARIOS”.

Los logros del equipo son los logros de la INTEGRACIÓN, de la ACEPTACIÓN “del otro como legítimo otro” que se dice en la terapia humanística de Rogers y en el coaching ontológico.

ACEPTAR, RESPETAR, ACOGER, AGRADECER, FLUIR Seguir leyendo VIVO EN UNA URNA DE CRISTAL, ¿SIN EMOCIONES?

EMOCIONES CAPACITANTES, SI

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Emociones capacitantes SÍ, porque las emociones nos capacitan para vivir. Nuestros pensamientos, nuestros actos y nuestra salud son fruto del impacto que éstas tienen en nosotros.  Pero ¿cuáles son las emociones? ¿Qué me permiten hacer? ¿Puedo elegirlas? Importantes preguntas que me han llevado a investigar y experimentar, desarrollando un modelo sencillo y operativo no sólo para el trabajo con las emociones en coaching sino para el desarrollo de personas en sus diferentes facetas: liderazgo, educación y convivencia en general.

Con este libro propongo un modelo de trabajo con las emociones que se  caracteriza por su carácter integrador, sistémico y práctico que convierten sus propuestas en una guía útil para que los coaches puedan facilitar emociones capacitantes en sus clientes, los líderes puedan gestionar a sus equipos y los educadores comprendan con facilidad las reacciones de sus alumnos. En definitiva, para que toda persona comprenda y gestione mejor sus propias reacciones emocionales y las de otros.

Es fruto de una exhaustiva revisión bibliográfica, del trabajo con focus group y una dilatada experiencia en el trabajo para la evolución de las personas. Cada emoción es abordada de forma multidimensional, contemplando a la persona como un sistema en sí misma, y teniendo como foco principal a qué responde la emoción, y las posibilidades de acción que genera. Con ello se clarifica el papel de las emociones y se consigue un marco operativo sencillo para entenderlas y gestionarlas, que es especialmente útil en el coaching. El modelo de emociones capacitantes constituye una guía esencial no sólo para comprender y gestionar las emociones de forma funcional, sino para aprender a generar emociones adecuadas a los objetivos que nos planteamos. 

Estaré presentando el libro el día 9 de octubre junto con Ovidio Peñalver quien lo ha prologado en el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.